La Mafia
Farmacéutica
El mercado farmacéutico mueve
unos 200.000 millones de dólares al año. Un monto superior a las
ganancias que brindan la venta de armas. Por cada dólar invertido en
la fabricación de un medicamento se obtienen mil en el mercado. Este
mercado, además, es uno de los más monopolizados del planeta, ya que
sólo 25 corporaciones copan el 50 por ciento del total de
ventas.
El mercado
farmacéutico mueve unos 200.000 millones de dólares al año. Un monto
superior a las ganancias que brindan la venta de armas o las
telecomunicaciones. Por cada dólar invertido en la fabricación de un
medicamento se obtienen mil en el mercado. Y las multinacionales
farmacéuticas saben que se mueven en un terreno de juego seguro: si
alguien necesita una medicina, no va a escatimar dinero para
comprarla. Este mercado, además, es uno de los más monopolizados del
planeta, ya que sólo 25 corporaciones copan el 50 por ciento del
total de ventas. De ellas, las seis principales compañías del sector
?Bayer, Novartis, Merck, Pfizer, Roche y Glaxo- suman anualmente
miles de millones de dólares de ganancias, a lo que hay que añadir
más todavía, dado que todos los grandes grupos farmacéuticos son
también potencias de las industrias química, biotecnológica o
agroquímica. Todo ello, y su imparable avidez por seguir haciendo
dinero y creciendo cual un parásito destructivo, hace que las
multinacionales del sector, haciendo gala de una total impunidad, se
desentiendan de su verdadero cometido, la salud, y no reparen en
aplastar a competidores menores, atacar a gobiernos débiles que
intenten enfrentarlas y, lo que es peor, mantener precios
prohibitivos para las poblaciones de escasos recursos y a la vez
fabricar productos que en muchísimos casos terminan envenenando a
los eventuales pacientes. Sobrados ejemplos hay en ese sentido.
Uno de ellos tuvo como protagonista a
Merck, uno de los gigantes farmacéuticos que se vio obligado a
retirar del mercado a una de sus estrellas, el antiinflamatorio
Vioxx (rofexocib), cuya venta le reportaba 2.500 millones de dólares
al año. Pero hasta que Merck retiró ese medicamento fue demasiada la
sordera, la negligencia y la falta de ética frente a las constantes
advertencias sobre los riesgos cardiovasculares que producía.
Actualmente, ese fármaco podría causarle a Merck muchas más pérdidas
que su retiro de las ventas. En Estados Unidos, la compañía fue
declarada responsable de la muerte de Robert Ernst y obligada a
pagarle a su viuda 253,4 millones de dólares, pero se encuentran
pendientes de resolución unas 5.000 denuncias, y puede suceder que
la compañía farmacéutica tenga que desprenderse finalmente de entre
18.000 y 50.000 millones de dólares. Sin embargo no sólo Merck fue
el responsable de la negligencia, sino que un organismo como la
Agencia para las Drogas y los Alimentos (FDA-Foods and Drugs
Agency), el ente gubernamental norteamericano que supuestamente debe
velar por la salud y la alimentación de los contribuyentes, también
es corresponsable.
Desde el año 2002 se sabía que el Vioxx
aumentaba la posibilidad de generar infartos al corazón o problemas
similares, por lo que corrieron las sospechas: ¿apoyó Merck algunos
trabajos o investigaciones de la FDA, o hubo algún tipo de
contraprestación o, si se prefiere, de ?coimas??. Nada de ello
resultaría extraño, si nos atenemos a los antecedentes de la FDA en
el juego de intereses con que son favorecidos los grandes grupos
químico-farmacéuticos, y de los que nos ocupamos en notas
anteriores. Lo cierto es que Merck no retiró al Vioxx del mercado
hasta el año 2004, un retraso inexplicable ya que eran demasiadas
las evidencias de múltiples efectos cardiovasculares adversos del
fármaco, y una falta de respuesta rápida incomprensible en una
compañía fundada hace 340 años.
La conclusión no es tan difícil: las
ventas del producto fueron más importantes que sus efectos adversos.
Hipocráticos hipócritas
Hace tiempo que es vox pópuli el hecho
de que los laboratorios acosan a los médicos para que éstos receten
con exclusividad sus productos. Un acoso nada incómodo para los
profesionales de la salud, ya que por aceptarlo se llevan no pocos
beneficios. Lamentablemente hoy en día son una gran mayoría los
médicos que de buen grado se dejan caer en las redes de este
soborno. Incluso puede observarse, cuando alguien va a atenderse a
un consultorio, de qué manera los doctores dejan de lado por varios
minutos la atención a sus pacientes para dar preferencia a la
recepción, en medio de los turnos, de trajeados visitadores médicos
llevando en las valijas no sólo sus promociones, sino también los
regalitos de rigor. Un caso de este tipo, y a gran escala, explotó
con ribetes de escándalo en Italia, y la autoría del soborno en
cuestión correspondió a otra de las grandes multinacionales
farmacéuticas.
Luego de un trabajo que le llevó dos
años, la Fiscalía de Verona hizo pública hace unos dos años una
investigación que sacó a la luz lo que en ese país también era un
secreto a voces: médicos que reciben regalos y sumas de dinero de
una multinacional farmacéutica a cambio de recetar sus productos. La
acusación apuntó, con nombres y apellidos, nada menos que a 4.400
médicos de toda Italia y a 273 dirigentes y empleados del grupo
británico Glaxo Smith Kline (GSK), uno de los líderes mundiales del
sector, cuya sede italiana se encuentra precisamente en Verona. Las
prácticas en cuestión se llevaron a cabo en el período 1999-2002, y
las acusaciones van de soborno y corrupción a asociación delictiva
en el caso de algunos dirigentes de Glaxo en Italia.
La investigación se originó en la
región del Véneto, cuando la Policía Fiscal descubrió en la
contabilidad de la compañía una cantidad exagerada, de alrededor de
100 millones de euros, destinada a ?promoción?. La Fiscalía acusó a
Glaxo de haber desembolsado un millón de euros anuales para que los
médicos prescribieran determinados fármacos y se atuvieran al
catálogo de la compañía. De acuerdo a lo explicado por la policía
italiana, todo el sistema de ?comisiones? y regalos era controlado
por un sistema informático conocido con la clave ?Giove?, en el que
era registrado el rendimiento de cada médico y en base a ello se
establecía la importancia del premio.
Los métodos de captación de los
profesionales utilizados por Glaxo incluían viajes a lugares
paradisíacos, relojes de oro, computadoras personales y dinero en
efectivo. En algunas conversaciones telefónicas interceptadas por
los investigadores en 2003, algunos vendedores de Glaxo se jactaban
del aumento en las ventas logrado gracias a los sobornos. Por su
parte, los fiscales informaron que la firma cuidaba a los
facultativos en todos los niveles, desde la medicina general -2.579
profesionales denunciados- con obsequios de computadoras,
reproductores de DVD o cámaras fotográficas, hasta los
especialistas, con 1.738 acusados que recibían obsequios aún más
valiosos como viajes, financiación de congresos y elementos de alta
tecnología. Asimismo hubo un grupo de 60 médicos investigados,
adscriptos a servicios de oncología, que participaron en un programa
denominado Hycantim, un producto para el tratamiento de tumores.
Según las acusaciones, esos médicos recibían incentivos por cada
paciente al que le prescribían ese fármaco. Uno de los fiscales
señaló, al referirse a los ejecutivos de la compañía y el precio del
producto: ?Para esta gente, cada enfermo valía 4.000 euros. Daba
igual si el medicamento era bueno o no, lo importante era tener el
mayor número de pacientes?.
Una buena muestra de que la codicia de
la industria farmacéutica ha convertido la enfermedad en un negocio.
En el caso antes apuntado, contando con la complicidad de médicos
que ningún favor le hacen a su otrora noble profesión, manchando el
juramento de Hipócrates y convirtiéndolo en un código de hipócritas.
Bayer, mucho más que una
aspirina
Seguramente el grupo farmacéutico que
se lleva las palmas en lo que hace a la acumulación de dinero y
poder sin que le importe pisotear pequeños competidores y, peor aún,
envenenar consumidores, es Bayer AG. Una empresa presente en todos
los países del mundo que opera en la misma sintonía de colegas suyos
como Monsanto y Dow Chemical, multinacionales químicas que también
abarcan el rubro farmacéutico y de las que nos ocupamos en notas
recientes. La historia de la compañía alemana Bayer, con su sede
central en la ciudad de Leverküsen, se remonta al siglo XIX, cuando
nació como IG Farben, y está colmada de hechos aberrantes, pero
claro, ?de eso no se habla?, y teniendo como toda multinacional con
trapos sucios quien se los lave y contando además con 400
parlamentarios en su país, tanto regionales como nacionales, que
antes pasaron por las filas de la empresa y continúan brindándole
fidelidad, ocultar parte de su historia negra no le resulta difícil.
Pero aquí recordaremos parte de esa historia.
Esta multinacional,
que también se identifica con agentes de guerra química, con
innumerables insecticidas y venenos caseros y con ?medicamentos?
como la heroína -un temprano patentamiento de Bayer antes de
comprobar lo que causaría-, ha trabajado en muchas oportunidades
estrechamente con dictadores y criminales de guerra, desde Hitler en
adelante. Uno de sus directores, Carl Duisberg, ya se había
encargado personalmente de propagar el concepto de ?trabajos
forzados? durante la Primera Guerra Mundial, idea que posteriormente
fue aplicada con mucha más dedicación por los nazis, al someter a
esos trabajos forzados a prisioneros de guerra, habitantes de los
países ocupados y trabajadores extranjeros. Esto a su vez derivó
hacia los asesinatos masivos, muchos de ellos en el campo de
concentración cuyos terrenos eran propiedad de la IG Farben y del
que se guarda un lamentable recuerdo: Auschwitz. Pero la compañía no
sólo colaboró con esos terrenos. También fabricó el gas Zyclon B,
utilizado para exterminar judíos en ése y otros campos de
concentración. Después de la Segunda Guerra Mundial, la IG Farben se
fragmentó en las empresas Bayer, BASF y Hoechst, pero ninguna de las
tres indemnizó adecuadamente a las víctimas, sobrevivientes o
familiares.
Cuando moría el siglo XX y tras una
investigación de nueve meses, Bayer fue hallada responsable de la
muerte de 24 niños en la remota aldea andina de Taucamarca, en Perú,
al ingerir en su desayuno alimentos envenenados con el pesticida
metil-paratión, en tanto otros 18 sufrieron daños en su salud y en
el desarrollo a largo plazo. El pesticida, un organofosforado que
era comercializado por la compañía con el nombre de Folidol, era
vendido a pequeños agricultores en toda la zona andina peruana, la
mayoría de ellos analfabetos y que solamente hablan en idioma
quechua. Bayer empaquetaba ese pesticida ?un polvo blanco semejante
a la leche en polvo y sin olor a químicos- en pequeñas bolsas
plásticas, etiquetadas en español y con el dibujo de un vegetal, en
tanto las etiquetas no ofrecían ninguna información de seguridad, ni
siquiera en pictogramas, que pudieran ser interpretadas por los
habitantes de las aldeas. Un informe del Congreso peruano concluyó
en que Bayer debería compensar a las familias afectadas, y éstas
iniciaron en octubre de 2001 una acción judicial contra la empresa y
su subsidiaria Bayer-Perú, alegando que debieron tomar medidas para
prevenir el mal uso de un producto extremadamente tóxico dada la
preeminencia de idiomas indígenas en el interior de Perú. Sin
embargo, dos días después de iniciada la acción legal el juez de la
Corte Superior de Lima desestimó la demanda por ?cuestiones de
procedimiento? y concluyó sumariamente, e ilegalmente, que los
demandantes ?no habían planteado de manera adecuada el caso
sustancial?. Según las leyes peruanas, en la fase inicial del
litigio el juez sólo puede determinar si los documentos de la
demanda están completos o no, pero no puede pronunciarse sobre
cuestiones legales sustanciales. ¿Otra muestra del poder de una
multinacional, en este caso quizás presionando o comprando a un
juez?. El caso es que las familias apelaron esa sentencia ilegal y,
por lo que se supo hasta ahora, aguardaban la fijación de una nueva
audiencia, mientras acusan además al ministerio de Agricultura
peruano de no hacer aplicar las normas sobre pesticidas, dado que en
ese país es común la venta sin control de pesticidas de ?uso
restringido?, como el que causó la muerte de esos 24 niños.
Durante la Cumbre Mundial sobre
Desarrollo Sostenible que se llevó a cabo en Johannesburgo,
Sudáfrica, las familias afectadas escribieron al entonces secretario
general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, pidiéndole que excluyera
a Bayer del Pacto Mundial de la ONU debido a las acciones de esa
compañía en Perú. El Pacto Mundial es una asociación entre la ONU y
diversas empresas multinacionales que se comprometieron a ?respetar
el ambiente y los derechos humanos?. La carta a Annan fue firmada,
en representación de la aldea de Taucamarca, por Víctor Huarayo
Torres, dos de cuyos hijos estaban entre los 24 niños muertos por el
envenenamiento con el pesticida de Bayer, y expresa: ?Los padres
dolientes de mi aldea no podemos entender cómo la ONU puede apoyar a
una compañía como Bayer, que continúa vendiendo sus pesticidas más
tóxicos, clasificados por la OMS (Organización Mundial de la Salud)
como extremadamente peligrosos, muchos años después de haber
prometido públicamente retirarlos, en 1995. Tampoco entendemos por
qué la ONU respalda a la compañía que permitió la venta de
metil-paratión en una región donde sabía que los residentes no
podrían leer las instrucciones de la etiqueta?.
Pese a sus famosas aspirinas, Bayer
debió soportar algunos otros dolores de cabeza, como en mayo de
2003, cuando un equipo de abogados de California presentó una
demanda contra la compañía en nombre de enfermos hemofílicos. La
acusación fue que Bayer había vendido en la década de 1980
coagulantes infectados con los virus de la Hepatitis C y el HIV. Por
supuesto, Bayer rechazó la acusación explicando que se había atenido
a ?normas existentes en la época?. Cabe preguntarse si esas ?normas?
tuvieron que ver con los manejos de la FDA norteamericana,
difundidos en ésta y otras notas, para jugar a favor de los
intereses de las multinacionales químico-farmacéuticas. Por otra
parte, a Bayer le interesaba sobremanera hacer pie en Wall Street
llegando a cotizar en la Bolsa de Nueva York, una cima a la que
aspiran llegar todas las grandes multinacionales, y para ello debía
tener una carta de presentación intachable. Firmada seguramente por
una FDA convenientemente ?aceitada? y por el hecho de hacer ?buena
letra? en el mundo con sus productos y evitando juicios y demandas,
al menos hasta que lograra aquel objetivo. Sin embargo no le fue tan
fácil, ya que debió retirar del mercado el Lipobay (Cerivastatina),
un medicamento para combatir el colesterol que no había sido
debidamente comprobado, luego de que ocasionara miles de muertes por
infartos y otras dolencias cardíacas. La criminal actuación de Bayer
con ese fármaco obedeció a su necesidad de encontrar un hueco en el
mercado de los medicamentos contra el colesterol, copado por
multinacionales norteamericanas. Necesidad y urgencia que
demostraron, una vez más, que los intereses de estos grandes grupos
están muy por encima de la ética y de la salud a la que dicen
servir.
De todas maneras, Bayer no sufrió en
este caso los efectos de ninguna demanda en su contra. Es que las
multinacionales farmacéuticas integran una parte destacada de la
llamada Mesa Redonda Europea de Industrias, que se reúne
periódicamente con altos consejeros de la Unión Europea para
delinear las ?líneas generales? de cada sector. Y como se dijo
anteriormente, Bayer dispone de 400 ex ejecutivos de la firma que
ahora son parlamentarios regionales o nacionales, a los que la
multinacional además reúne mensualmente para presionarlos o tenerlos
controlados, por lo cual no resulta para nada anormal que el
gobierno alemán la haya absuelto de toda responsabilidad, negándose
a iniciar cualquier acción jurídica, pese a las contundentes pruebas
en su contra.
Otro ejemplo del desprecio de estos
grandes grupos por la humanidad, se dio cuando a comienzos del 2003,
el India Committee of the Netherlands publicó un informe según el
cual las multinacionales Bayer, Monsanto, Unilever y Syngenta
explotaban a niños en la producción de semillas en la India.
Para concluir con algunas muestras más
de lo que realmente representa Bayer más allá de sus afamadas
aspirinas, podemos referirnos a que esta compañía, una de las que
más comercializa herbicidas, lo hace con algunos que han ocasionado
lesiones graves en personas y animales, especialmente en el Tercer
Mundo, donde los grandes grupos químico-farmacéuticos encuentran un
campo fértil para que sus venenos sean aceptados y vertidos. Así
ocurrió con el Baysiston, utilizado en los cultivos de café; Gaucho,
para los de girasol; y el muy peligroso nematicida Fenamifos
(Nemacur).
En todo caso, estas multinacionales
siempre van a estar cubiertas en todos los flancos posibles, ya que
si los ?mecanismos políticos habituales? llegaran a fallar, se ponen
en marcha otros planes.
Acción y reacción
De esos planes bien puede dar cuenta el
colombiano Germán Velázquez, doctor en Economía y director del
Programa Mundial de Medicamentos de la OMS, quien se atrevió a
publicar un estudio en el que recomienda, entre otras cosas, la
elaboración de medicamentos genéricos y la eliminación de las
patentes, además de oponerse a los tratados de libre comercio (TLC)
que con tantas urgencias y presiones intenta imponer Estados Unidos.
Desde entonces el hombre vive bajo amenazas de muerte.
En mayo de 2001 fue atacado en Río de
Janeiro por un desconocido que le robó su cartera, lo golpeó y con
una navaja le dejó en una de sus muñecas una cicatriz de 16
centímetros. Lo que había quedado como un simple atraco tomó otro
cariz en Miami, cuando Velásquez asistió a una reunión de la OMS:
una noche en que caminaba por Lincoln Road fue abordado por dos
hombres que lo golpearon y lo amenazaron de muerte. Mientras estaba
tendido en el suelo, sus atacantes le dijeron: ?Esperamos que haya
aprendido la lección de Río. Deje de criticar a la industria
farmacéutica?. La cuestión estaba más clara.
Velázquez denunció el hecho a la
policía de Miami y lo comunicó de inmediato a la sede de la OMS.
Según informó en su momento el diario español ?El Mundo?, a su
regreso a Ginebra todo pareció volver a la normalidad, pero diez
días después sonó el teléfono por la noche en el domicilio de
Velázquez y una voz le preguntó en inglés: ?¿Tiene miedo??. Cuando
Velázquez preguntó quién era, la voz le respondió: ?Miami, Lincoln
Road?. Desde ese momento no cabían más dudas de que la vida del
funcionario de la OMS estaba en peligro tanto en su casa como en el
extranjero. Dos semanas después se repitió la llamada advirtiéndole
que no asistiera a la reunión -que posteriormente se celebró y a la
que Velázquez asistió de cualquier manera- de la Organización
Mundial de Comercio (OMC), para discutir sobre la relación entre el
derecho a la salud y la propiedad intelectual de los medicamentos
esenciales.
Por si fuera poco, y como otra muestra
de los poderes con que son protegidos los intereses de las
multinacionales, la entonces secretaria de Estado norteamericana,
Madeleine Albright, le ?sugirió? a quien era directora de la OMS,
Gro Harlem Bruntland, que retirara de circulación el estudio
elaborado por Velázquez y, más aún, que lo despidiera, pero esta
funcionaria decidió mantener su posición negativa al respecto.
El caso es que Germán Velázquez
continúa luchando, entre otros aspectos, contra las patentes
exclusivistas de las multinacionales farmacéuticas, por la libre
elaboración de genéricos y por un fácil acceso de los países pobres
a los medicamentos, mientras se ha visto obligado a vivir bajo
permanente protección policial y de una patrulla de las Naciones
Unidas. Presiones a las que obligan las grandes ?familias? de la
mafia farmacéutica.
El gran negocio
La globalización ha permitido que se
desarrolle una nueva forma de poder, la farmacocracia, capaz de
decidir qué enfermedades y qué enfermos merecen cura. Es así como el
90 por ciento del presupuesto dedicado por la industria farmacéutica
para la investigación y el desarrollo de nuevos medicamentos está
destinado a enfermedades que padece sólo el 10 por ciento de la
población mundial. Un tercio de ésta carece de cuidados médicos
adecuados. La codicia de las multinacionales del sector, los
aranceles, las trabas burocráticas y la corrupción de los propios
gobiernos de los países empobrecidos hacen posible que más de 2.000
millones de personas se vean privadas de su derecho a la salud.
Según la OMS, millones de personas en
Africa, Asia y América Latina sufren las llamadas ?enfermedades
olvidadas?, como el dengue hemorrágico, la filiasis linfática, la
oncocercosis, la enfermedad del sueño o el mal de Chagas, que
afectan a 750 millones de personas y acaban con la vida de medio
millón cada año. Enfermedades causadas generalmente por parásitos,
transmitidas por medio de agua insalubre o por picaduras de
insectos; pandemias que caen en el olvido porque sólo afectan a las
comunidades más pobres; y víctimas que no cuentan con el dinero
suficiente para acceder a un tratamiento o una medicación adecuada.
El caso del SIDA es un ejemplo claro de
la diferencia que se da a unas enfermedades o a otras, según el
nivel adquisitivo de quienes las padecen. En sus comienzos fue una
enfermedad mortal de la que pocos habían oído hablar, pero cuando
pasó a afectar a personas de los países desarrollados con capacidad
para hacerse escuchar, asociarse y reclamar su derecho a la salud,
las multinacionales farmacéuticas desarrollaron medicamentos que
convierten al SIDA en una enfermedad crónica y no mortal. Aún así,
más de cinco millones de personas mueren cada año por el HIV y la
mayoría de los enfermos ?nueve de cada diez infectados viven en
países empobrecidos- no pueden pagarse los tratamientos adecuados.
La vacuna contra el SIDA bien podría
llevar años encerrada bajo llave en la caja fuerte de alguna
multinacional farmacéutica. Para ninguna de ellas sería rentable
comercializarla, sobre todo teniendo en cuenta que las personas más
expuestas a esta enfermedad no podrían pagarla y que los enfermos de
los países desarrollados ya pagan importantes sumas de dinero para
su tratamiento. Este es uno de los abundantes capítulos que pueblan
el particular código de ?ética? de los grandes grupos
químico-farmacéuticos.
El director del Programa Mundial de
Medicamentos de la OMS, nuestro ya conocido y amenazado Germán
Velásquez, en el Diálogo ?Salud y Desarrollo: los retos del siglo
XXI? efectuado en Europa en 2004, explicó que ?las patentes de los
medicamentos pueden estar bloqueando el desarrollo en lugar de
potenciarlo, pues se trata de un monopolio que conlleva altos
precios?. Señaló también que en el mercado de los medicamentos, ?en
vez de reglas negociadas por todos y en interés de todos, muchas
decisiones de la Organización Mundial de Comercio son tomadas a
puertas cerradas y se protegen intereses especiales?, y al referirse
a la situación sanitaria en Africa subrayó: ?Si bien es cierto que
la no atención médica de las personas está penada con la cárcel,
actualmente se está cometiendo ese crimen con un continente entero y
sus víctimas se pueden contar por millones?. En otro orden y
refiriéndose al tema del SIDA, expresó que ?es una vergüenza que el
99 por ciento de las personas que tienen acceso a los retrovirales
vivan en países desarrollados, mientras el 75 por ciento de las
personas de todo el planeta viven en los países pobres, donde se
vende sólo el 8 por ciento de todos los medicamentos del mundo?.
En relación a los medicamentos
genéricos -otra de las batallas en muchos casos desigual que libran
algunos países del Tercer Mundo contra las multinacionales
farmacéuticas ya que son mucho más baratos que los patentados por
éstas-, India encabeza la producción mundial, y los exporta a varios
países de Asia e incluso a algunos en desarrollo. Pero también está
enfrentando en los tribunales, entre otras, la embestida del
laboratorio Novartis, uno de los ?grandes? del sector, ya que el
gobierno indio le negó una solicitud de patente para introducir el
Glivec, un medicamento contra el cáncer. Por el momento las empresas
indias continúan produciendo su similar genérico, que cuesta sólo
2.700 dólares por paciente y por año, frente a la versión de
Novartis cuyo valor es de diez veces más, 27.000 dólares, también
por paciente y en el mismo período.
Por su parte, Tailandia emitió
recientemente una licencia obligatoria para quebrar la patente del
Efavirenz, un producto de la compañía Merck contra el HIV, a fin de
importar el genérico de fabricación india. En tanto, Filipinas está
por librar una batalla legal contra la empresa Pfizer para poder
importar de la India una versión del Norvasc, un fármaco para
pacientes con problemas cardíacos. Por supuesto que las
multinacionales del sector arremeten con demandas, juicios y todo
artilugio jurídico contra estas expresiones de independencia
sanitaria de los países que se atreven a ponerla en juego. No es
para menos si tenemos en cuenta, por ejemplo, que respecto del
Norvasc la compañía Pfizer obtiene en Filipinas 60 millones de
dólares anuales sólo por la venta de ese medicamento, al cual cotiza
a más del doble del precio del que está vigente en otros países,
aprovechándose también de que en Filipinas las enfermedades
cardíacas constituyen la principal causa de muerte.
Lo cierto es que cientos de miles de
personas podrían salvar sus vidas si los países desarrollados
aseguraran que sus compromisos de Doha, Qatar, durante la reunión de
la Organización Mundial de Comercio, en materia de legislación de
patentes, compromisos nunca asumidos efectivamente hasta el momento,
proporcionen un equilibrio entre derechos y obligaciones,
garantizando así que las vidas de las personas se antepongan a los
beneficios económicos de las compañías farmacéuticas.
Rumsfeld y la gripe aviar
El tema de la gripe aviar alcanzó altos
niveles mediáticos en los dos años anteriores. Al poco tiempo, luego
de alcanzar también altos niveles de alarma transmitidos a la
población mundial, las aguas comenzaron a serenarse. Por un lado se
decía que una pandemia de gripe aviar ?comparándola con la de
influenza o ?gripe española?, que costó unos 50 millones de vidas en
el planeta entre 1918 y1920- costaría a su vez otros varios millones
de vidas, especialmente en países pobres. Pero luego aparecieron
algunas estadísticas que desvirtúan algo esa alarma, más aún cuando
el mundo está a casi cien años de aquel período, en el que la
tecnología y la elaboración de medicamentos estaba prácticamente en
pañales. Dichas estadísticas muestran que desde hace nueve años,
cuando fue detectado en Vietnam el virus de la gripe aviar, aún no
llegan a cien las víctimas mortales, un promedio de once muertes al
año, y en todo el mundo. Si bien no es para quedarse tranquilos
exagerando la confianza, aún no da para asustarse demasiado.
Sin embargo, la aparición del virus
H5N1, nombre científico del que causa la gripe aviar, le vino bien a
un hombre que encontró la excusa para lanzar otra de sus guerras
preventivas: el presidente norteamericano George W. Bush, quien
rápidamente hizo sonar la campana de alarma para que el mundo
temblara de miedo. Es que había hallado una poderosa arma
preventiva, con la que tiene bastante que ver su hasta hace poco
brazo derecho en esto de lanzar guerras por aquí y por allá: el
inefable Donald Rumsfeld. Se trata del antiviral Tamiflu,
comercializado por la compañía farmacéutica suiza Roche, que en poco
tiempo se convirtió en la gallina de los huevos de oro: los ingresos
por su venta pasaron de 254 millones de dólares en 2004 a 1.000
millones en 2005. Además con un techo imprevisible por delante,
teniendo en cuenta la grotesca reacción de los gobiernos
occidentales al efectuar pedidos masivos del fármaco. Sin embargo,
la realidad es que la eficacia del Tamiflu es cuestionada por gran
parte de la comunidad científica: muchos se preguntan cómo se espera
que pueda servir ante un virus mutante cuando apenas alivia algunos
síntomas, y no siempre, de la gripe común y corriente. Una breve
historia tal vez aclare algo la cuestión.
Como bien señala el Dr. José Antonio
Campoy, director de ?Discovery Salud?, hasta el año 1996 el Tamiflu
era propiedad de la empresa Gilead Sciences Inc, que ese año vendió
la patente a los laboratorios Roche. ¿Y quién era entonces su
presidente?. Pues nada menos que el incombustible y hasta hace poco
secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld., a quien
recordamos en una nota anterior como vinculado en su momento al
laboratorio Searle, luego adquirido por la multinacional Monsanto,
descubridor de un endulzante de trágicos antecedentes como el
aspartamo, comercializado bajo los nombres de Nutrasweet y Equal y
componente hoy en día de la mayoría de los edulcorantes y productos
marcados como ?no calóricos? o ?libre de azúcar? que pululan en el
mundo, algo a que también nos referimos en una nota anterior. Cabe
destacar que Rumsfeld continúa hoy vinculado a Gilead Sciences Inc.
como uno de sus principales accionistas. El caso es que en cuanto se
comenzó a hablar de la gripe aviar, Gilead quiso recuperar el
Tamiflu alegando que Roche no hacía los suficientes esfuerzos para
fabricarlo y comercializarlo. Que tuvo la suficiente fuerza para
lograrlo ?fuerza en la que probablemente puso su parte el entonces
secretario de Defensa- lo demuestra el hecho de que ambas empresas
se sentaron a negociar, acordando rápidamente constituir dos comités
conjuntos, uno encargado de coordinar la fabricación mundial del
fármaco y decidir sobre la autorización a terceros para fabricarlo,
y otro para coordinar la comercialización de las ventas estacionales
en los mercados más importantes, incluido Estados Unidos. A todo
ésto hay que agregar un detalle más: Roche ya se quedó con el 90 por
ciento de la producción mundial de anís estrellado, planta que crece
fundamentalmente en China si bien se la encuentra también en Laos y
Malasia, y que es la base del Tamiflu. Así el escenario se fue
completando. Sólo faltaba comenzar a encontrar poco a poco y en
distintos países algunas aves contagiadas con el virus ?una gallina
aquí, dos patos allá-, para crear así una alarma mundial con la
ayuda de científicos y políticos sin demasiados escrúpulos o de
escasa capacidad intelectual, y de los grandes medios de prensa, que
como todos saben no se caracterizan precisamente por investigar lo
que publican o emiten.
¿Y qué tiene que ver Rumsfeld con todo
esto?. Pues nada absolutamente, si nos atenemos a su respuesta,
claro. De acuerdo a un comunicado emitido en octubre pasado por el
Pentágono (otra fuente ?creíble?), el entonces secretario de Estado
no intervino en las decisiones que tomó el gobierno de sus amigos,
el presidente Bush y el vicepresidente Dick Cheney, sobre las
medidas preventivas que había que adoptar frente a la ?amenaza de
pandemia?. El comunicado afirma que se abstuvo y no tuvo nada que
ver en la decisión de la administración norteamericana de aconsejar
y apoyar el uso del Tamiflu a nivel mundial. Por lo tanto, al hombre
hay que creerle. Como cuando aseguró solemnemente que en Irak había
armas de destrucción masiva. Además, el hecho de que su nombre
aparezca unido a una vacunación generalizada contra una supuesta
gripe del cerdo durante la presidencia de Gerald Ford, en la década
de 1970, que dio como resultado más de 50 muertos a causa de efectos
secundarios, no es más que una coincidencia. Como también lo es que
la FDA aprobara el aspartamo a los tres meses de que Rumsfeld se
incorporara al gabinete de Ronald Reagan, pese a que tras diez años
de estudios del producto no se había tomado ninguna decisión. Por
supuesto, Rumsfeld tampoco tuvo nada que ver, tras el atentado a las
Torres Gemelas, con la compra del Vistide, fármaco adquirido
masivamente por el Pentágono para evitar los efectos secundarios que
podía producir la vacuna contra la viruela entre los soldados
norteamericanos a los que les fue aplicada antes de ser enviados a
conquistar Irak. Además, que el Vistide fuera también un producto
del laboratorio Gilead Sciences Inc., creador del Tamiflu, es otra
coincidencia. Así que a no pensar mal de Donald Rumsfeld y, en todo
caso, a seguir de cerca todas las informaciones que aún aparecerán
sobre la gripe aviar, y por las dudas a llenar los botiquines con
Tamiflu. Tal vez no será un medicamento muy combativo contra la
gripe aviar, pero al menos podrá evitar, con un poco de suerte, un
modesto resfrío.
Los laboratorios de Frankenstein
Para ir concluyendo esta trilogía de
notas en las que hemos expuesto a la consideración de los lectores
los desastres mundiales contra la humanidad a que la someten las
multinacionales químicas como Monsanto y Dow Chemical, entre otras;
los graves problemas de salud generados por el Nutrasweet, sus
derivados y los demás edulcorantes cuya base es el aspartamo; y esta
última sobre los atentados contra la salud que también cometen las
multinacionales farmacéuticas, dedicaremos un párrafo a otras
compañías que, en sus investigaciones para crear nuevos productos o
mejorar los ya existentes, realizan experimentos aberrantes.
La compañía Procter & Gamble
(P&G) ?dedicada a la creación y comercialización de productos
que van desde jabones, shampúes y detergentes a diversos cosméticos
y elementos femeninos como toallas higiénicas y tampones, y que no
hace mucho extendió su accionar al rubro farmacéutico- al igual que
Nestlé y Colgate-Palmolive está siendo acusada en los últimos
tiempos de llevar a cabo crueles experimentos de laboratorio con
animales, ya sea para probar químicos, cosméticos o alimentos
balanceados. La organización británica ?Uncaged?, que lucha por los
derechos de los animales, acusa a Procter & Gamble de realizar
experimentos dolorosos, invasivos y letales en perros, gatos y otras
mascotas. Algunos de los que se mencionan son alergias severas
inducidas en cachorros Siberian Husky y gatos muertos en
experimentos abdominales invasivos. A su vez PETA (People for
Ethical Treatment for Animals), otra entidad protectora de animales
con más de un cuarto de siglo de trayectoria y con sede en Virginia,
Estados Unidos, logró introducirse en uno de los laboratorios de
IAMS, empresa adquirida en 1999 por P&G, y declaró haber
encontrado perros que se habían vuelto locos tras un intenso
confinamiento en jaulas con barrotes que tenían escasas dimensiones,
otros a los que les habían extirpado las cuerdas vocales y algunos
animales languideciendo en sus jaulas, abandonados y sufriendo
horrores, sin asistencia veterinaria.
Los experimentos ?denunciados en varias
oportunidades y que motivaron que activistas de varios países,
encabezados por ?Uncaged?, realizaran un día de boicot a P&G en
mayo de 2005, repitiéndolo exactamente un año después- incluyen la
quema de la piel de los animales con ácidos, introducirles polvos en
los ojos y otras lindezas por el estilo. Todo en nombre de la
ciencia, por supuesto. Por su parte, Nestlé Purina Petcare lleva
experimentando desde 1926 en un complejo ubicado en Saint Louis,
Missouri (casualmente vecinos de Monsanto), donde alojan a alrededor
de 600 perros y 500 gatos en trece edificios. Ellos mismos publican
sus experimentos ?entre los que figuran ciertos estudios en los que
inducen fallos renales en perros y otros animales para después
experimentar su cura con una dieta baja en proteínas- en periódicos
científicos, con el fin de engordar las carreras y currículums de
sus investigadores. En cuanto a Colgate-Palmolive, realiza sus
pruebas en el Hill?s Pet Nutrition, en Topeka, Kansas. Hace algunos
años, la Unión Británica contra la Abolición de la Vivisección
publicó detalles de un experimento llevado a cabo por la compañía en
la Universidad de Columbia, en el que se encerraba a conejillos de
Indias en pequeños tubos de plástico y se les aplicaba una fuerte
solución de sulfuro durante cuatro horas al día por espacio de tres
días. Ello causaba que la piel de los animales se quebrase y
sangrase.
Los aquí expuestos han sido, en suma,
algunos de los ejemplos que nos obsequian las multinacionales
químicas y farmacéuticas ?en buena parte de los casos ocultándolos,
disfrazándolos, desmintiéndolos o atacando a quienes se atrevan a
denunciar, criticar u oponerse por cualquier medio a sus designios-,
y que nos dejan una pregunta prácticamente incontestable: a la vista
de los efectos nocivos de muchos productos elaborados por las
grandes compañías del sector, de que los mismos sean inalcanzables
para gran parte de la población mundial por su costo o por no llegar
a sus países, y de los monopolios ejercidos por estas
multinacionales respecto del patentamiento de los fármacos, ¿qué
podemos consumir en definitiva?; ¿cómo podemos defendernos del
envenenamiento de los químicos y de los medicamentos no debidamente
comprobados?; ¿quién nos protegerá contra tantas carencias y
abusos?. Quizás la última palabra sólo la tengamos nosotros mismos.
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